Retrato
nacido
y abandonado
en su taller de fe.
Puesto su azul en el cuerpo
para especular
y lucir hilos
y las costuras del ladeo.
En su faena,
da grima verle contra la pared,
sin más remedio que colmar un deseo,
como el ultraje
de una doblez.
Necesita descobijar el sobaco con frecuencia.
Elevar el codo y desde allí
atreverse a mirar a los ojos,
como si ese vuelo impar
asumiera la iniciada posición de colgar los brazos.
Estaba enterito el día del comienzo,
con sus alamedas vírgenes.
Era su empezar y creyó que podía.
En sus manos, las semillas.
Ruinas,
ningún pecho al aire.
Desde los ojos,
una cascada exigua,
al eco vacío
despedaza.
despedaza.
Comentarios
Publicar un comentario