De vez en cuando


Este siglo me encontró cambiando más que él mismo, en Costa Rica. Sin proponérmelo, sin darme cuenta, el siglo XXI me diluyó en sus primeros años de manera que yo nunca más fuera el mismo. Una angustia inexcusable me alejó de los hechos en sí y me puso a caminar conmigo mismo en un túnel aciago, dando manotazos en todas direcciones.
De un brinco zalamero me situé en uno de los asientos que en las Oficinas disponen las directrices. Incómodo, viajé con mis ojos a todas las normas, aunque sólo atinaba a escuchar el escozor de mi sangre en su frágil vestimenta. El vigor me sobraba para las aceras, las esquinas, las calles y me quedaba exhausto en las reuniones donde se debatía la pasión de un argumento.
El siglo naciendo, haciéndome otro, y de forma inconsciente la constancia en una hoja que alguien conserva y me hace llegar.

 De vez en cuando:

Nunca se usó para que reconocieran
la molestia de las noches
o la urgencia de sujetarlas.
Igual de terciopelo, precisamente igual,
caricia que ya empieza a profanar.
Nunca creció hasta que lo entendieran
ni su rostro fue de miradas
ni lo calificaran
desde donde crecen las sospechas.
No disfrutó la cocina de las risas
ningún preciso instante fue detrás.
Chiquitico, chiquitico, chiquitico
muerto para aceras y antifaz
se acostaba entre sus mientes
así sin brillo, como la luna en el espía.
No conoció quizá la premura de ceder.
Ninguna mujer entretuvo sus estíos.
Nunca quiso ser leyenda. Nunca osó.
Criatura de adorar, ángel de las esquinas
devorado entre narices.
Nunca fue enseguida,
nunca menos, nunca más.
Lloró en el tiempo sin la rabia,
interrumpió el caminar.
Nunca que conocía de citas,
y que serio, solo, tan viejo y suave,
fue hasta el centro que asomaba su tensión
y se tiró, se echó lo mejor que pudo
con sus ojos en la carne,
en el modo diáfano de haber vibrado.


14 de julio de 2001.

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