Ni yo mismo espero









Ni yo mismo espero de mí que diga nada. 
Anoto que la mañana tiene gracia y disipo los ojos, le entreabro un renglón.
Afuera el perro otea el aire y nada significa para él mi cara sin expresiones. 
Tiro una moneda al aire. 
Siempre me ha gustado ver cómo otros hacen de fácil la tarea.
El día empieza, y por suerte nadie espera que diga algo. 
Restriego más los ojos, casi lastimo la posibilidad de ver que el perro entre.
Debo ver, sentir esta mañana. 
Rabindranath Tagore tenía una mañana igual. 
Quizás un perro realmente suyo. O sus ojos se cerraban a medias 
para abrirse sin el restriegue que hacen los míos.

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