Los trenes pasan

Los trenes pasan.
Yo, Hugo Cabret, ¿qué les puedo quitar  
para que no me me descubran?, ¿qué inventar
si acaso yo mismo soy un viejo juguetero?. 
Es fácil entusiasmarse con Nietzsche y tener nuestro  por qué: vivimos porque sabemos lo soportable. 
¿Cómo encontrar un tren?, ¿a dónde  van?. 
Es difícil, Nietzsche, desde el campo sagrado del arte.
Puede que termine llevando la jarra, que se
quiebre en el esfuerzo de nunca llegar al borde, 
que una y otra vez caiga sobre las rodillas implorando una dosis de esperanza, 
y no me la den, nadie puede, todos pueden.
Puede que se quede mi tintero esperando, que nada suceda 
y el sentido de estar sea resbalar curioso por el agua, 
que el agua se me endurezca en los pies, 
casi de repente, tan despacio que no lo percate 
y que me quede observando su modo atroz.
Ningún tren se detiene.

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